Saturday, April 15, 2006

Capitulo 17

Capítulo 17
Dos generaciones después del reinado de Saúl, un joven entusiasta se alistó en las filas del ejército de Israel bajo la autoridad de un nuevo rey, el nieto de David. Pronto supo de las historias de los hombres valientes de David. Decidió investigar si aún vivía alguno de aquellos hombres, y si era así, iba a encontrarlo y conversar con él, aunque suponía que tal hombre tendría más de cien años.
Al fin descubrió que, efectivamente, aún vivía uno de aquellos hombres.
Habiéndose enterado de su paradero, el joven se dio prisa en ir a su morada.
Ansioso, si no indeciso, tocó a la puerta.
Lentamente se abrió ésta. Allí estaba de pie un hombre gigantesco, de cabello gris... no, completamente blanco... y más arrugado de lo que esperaba.
Señor, ¿es usted uno de los valientes de David de antaño; uno de estos hombres de quienes tanto hemos oído?
El anciano examinó el rostro, el aspecto y el uniforme de aquel joven durante largo rato. Luego, con voz vetusta pero firme, le respondió sin quitar del rostro del joven su mirada penetrante.
Si preguntas si soy un antiguo ladrón y morador de las cavernas, y uno que siguió a un fugitivo sumamente emotivo y sollozante, entonces sí, yo era uno de los "valientes de David".
Enderezó sus hombros mientras pronunciaba las últimas palabras, que terminó, con una risa ahogada.
Ciertamente usted hace que el gran rey parezca un hombre débil. ¿No fue acaso el más grande de nuestros gobernantes?
No fue débil – dijo el anciano.
Después, juzgando los motivos que trajeron ante su puerta al joven impaciente, le respondió sabiamente en voz baja -. Ni fue un gran líder.
¿Qué fue entonces, buen señor? Porque he venido a aprender acerca de los métodos del gran rey y sus... valientes. ¿En qué consistió la grandeza de David?
Veo que tienes las ambiciones características de la juventud – dijo el viejo guerrero -. Tengo la impresión de que sueñas con ser conductor de hombres algún día.
Hizo una pausa y luego continuó reflexivamente.
Sí, te contaré de la grandeza de mi rey, pero pudieran sorprenderte mis palabras.
Los ojos del anciano se llenaban de lágrimas a medida que pensaba primero en David y luego en el necio rey que había sido recientemente coronado.
Te contaré de mi rey y su grandeza. Mi rey nunca me amenazó como amenaza el tuyo. Tu nuevo rey ha comenzado su reinado con leyes, preceptos, regulaciones y miedo. El más vivido recuerdo en las cavernas, es que su vida fue una vida de sumisión. Sí, David me mostró la sumisión, no la autoridad. Me enseñó no los métodos inconsecuentes de los preceptos y las leyes, sino el arte de la paciencia. Eso es lo que cambió mi vida. La rigidez legal no es otra cosa que la manera en que un líder evita el dolor.
¡Los preceptos fueron ideados por los ancianos a fin de poder irse a acostar temprano! Los hombres que insisten en la autoridad sólo prueban que no tienen ninguna. Y los reyes que pronuncian discursos acerca de la sumisión sólo revelan el doble temor de su corazón: No están seguros de que son realmente verdaderos líderes, ordenados por Dios; y viven en el miedo de una rebelión de sus súbditos.
Mi rey no hablaba de someterse a él. No tenía ninguna rebelión... porque... ¡porque no le importaba si lo destronaban!
David me enseñó a perder, no a ganar. A dar, no a quitar. Me mostró que es más cómodo ser seguidor que ser líder. No nos repartía el sufrimiento, sino que nos protegía de él. Me enseñó que la autoridad no opone resistencia a la rebelión, sobre todo cuando esa rebelión no es más peligrosa que la inmadurez, o tal vez la insensatez.
El anciano estaba obviamente recordando algunos incidentes muy tensos y tal vez chistosos de las cuevas.
No- dijo con un tono elocuente en su voz -, la autoridad de Dios no teme a quienes la desafían, ni se defiende ni le importa un ápice si ha de ser destronada. Esa fue la grandeza del gran rey, o mejor dicho, del verdadero rey.
El anciano comenzó a retirarse. El enfado y la realeza se manifestaron en su porte cuando se volvía. Luego miró una vez más al joven, mientras descargaba de manera vehemente una andanada final.
En lo que respecta a la autoridad que David tenía, los hombres que no la tienen hablaban de ella todo el tiempo. Sométanse y sométanse es todo lo que saben decir. ¡David tenía autoridad, pero no creo que eso le viniera a la mente alguna vez! Éramos seiscientos inútiles con un líder que lloraba mucho. ¡Eso es todo lo que éramos!
Esas fueron las últimas palabras que oyó el joven soldado del viejo guerrero. Se escabulló y salió a la calle mientras se preguntaba si sería feliz de nuevo prestando servicios bajo la autoridad de Roboam.

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