Saturday, April 15, 2006

Capitulo 14

Capítulo 14
-¿Por qué, David, por qué?
-El lugar era otra cueva oscura. Los hombres se movían con impaciencia de un lado para otro.
Paulatinamente, y muy intranquilos, comenzaron a sentarse. Todos estaban tan desconcertados como Joab, quien, por último, había expresado sus interrogantes. Joab quería respuestas inmediatas.
Seguramente David tuvo que haber estado avergonzado o al menos a la defensiva. Ni lo uno ni lo otro. El miraba más allá de Joab como un hombre que contempla otro reino que sólo él puede ver. Joab avanzó comenzó a pronunciar a gritos sus frustraciones.
-El estuvo veces a punto de atravesarte con su lanza en el castillo. Lo vi con mis propios ojos. Por último, escapaste. Durante algunos años no has sido más que un conejo a quien él persigue. Además, el mundo entero cree las mentiras que él cuenta acerca de ti. Ha venido él mismo, el rey, buscando en cada cueva, en cada foso y hoyo de la tierra para encontrarte y matarte como a un perro. ¡Pero esta noche lo tuviste en la punta de su propia lanza y no hiciste nada!... Míranos. Somos animales otra vez. Hace menos de una hora pudiste habernos liberado a todos. ¡Si pudiéramos ser libres en este momento! ¡Libres! Y también lo sería la nación de Israel. ¿Por qué, David, por qué no terminaste con estos años de aflicción?
Hubo un largo silencio. Otra vez los hombres se movieron intranquilos. No estaban acostumbrados a ver a David reprendiendo.
David habló pausadamente, con una delicadeza que parecía decir "oí lo que preguntaste, pero no presté atención a la manera en que lo hiciste".
-Porque una vez, hace ya mucho tiempo, él no estaba loco. Era joven. Era grande...grande ante los ojos de Dios y de los hombres. Fue Dios mismo quien lo hizo rey. Dios, no los hombres.
Joab volvió a enfurecerse.
-¡Pero ahora sí está loco! Y ya Dios no está con él. Y es más, David, ¡él todavía te matará!
Esta vez fue la respuesta de David la que ardió con pasión.
Es mejor que me mate y no que yo aprenda sus métodos. Es mejor que me mate y no que yo llegue a ser como él. No practicaré los métodos que causan la locura de los reyes. No arrojaré lanzas, ni permitiré que medre el odio en mi corazón. No me vengaré. ¡Ni ahora ni nunca!
Joab se enojó ante semejante respuesta sin sentido, y se encolerizó en la oscuridad de la caverna.
Aquella noche los hombres se acostaron sobre las piedras húmedas y frías, murmurando acerca de las opiniones masoquistas y pervertidas de su líder en cuanto a las relaciones con los monarcas, y sobre todo con los reyes insensatos.
Aquella noche también se acostaron los ángeles, y soñaron –en el resplandor crepuscular de aquel día extraordinario- que Dios aún podía dar su autoridad a un vaso digno de confianza.

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